Quiero contarles un cuento, una historia, puede que parte de
esto sea pura literatura, pero puede que sea el cuento que todos en uno u otro
momento hemos vivido.
Hace tiempo, cuándo empezabas a comprender el mundo o a
darte cuenta de lo que te rodea y te hacías preguntas sobre lo correcto lo
incorrecto o el mágico funcionamiento de las cosas (a día de hoy a mí me sigue
fascinando que la música suene o que tengamos televisión…) veías crueldad en
los niños y el comportamiento absurdo en los mayores.
En el caso de este joven niño se preguntaba por qué los
mayores mentían deliberadamente, y desde su Coca Cola que agarraba con sus dos
pequeñitas manos, con temor a que se le cayese y a que se le acabase ese dulce
brebaje, veía a sus mayores mentirse, reírse… Era un pasatiempo divertido, y
con sus ojos azules miraba las reacciones y esperaba la próxima ración con la
próxima cerveza…
Luego volvía su mundo, en el que debía de vivir. Niños
corriendo tras niñas, otros que competían por subirse a la bicicleta nueva del
chico “rico” del barrio y otros que no les interesaba otra cosa que salir
corriendo todos detrás de una pelota… Eso los chicos, y luego estaban las
niñas, que por extraña razón las había de dos tipos: Las que jugaban como
chicos, y las que se apiñaban en grupos para cotorrear sin parar y jugar a la
comba…
Estamos todos convencidos de lo que pudieran hablar esas
niñas, qué ni ellas mismas lo recuerdan, pero se les quedó la costumbre de no
parar de hablar, y por eso hoy en día aquellos que mucho hablan, muy mujeres
parecen. Dejando este apunte de lado, sigamos con la historia.
Ahora en todo cuento, en toda realidad, está ese niño, esa
niña que en ningún lado está a gusto. De los pasatiempos que le ofrece el
mundo, todos se le quedan pequeños. Los chicos y las chicas de su edad le
aburren, los mayores no quieren hacerle mucho caso, y los padres le hacen
cuatro carantoñas pero siempre está aparte en su rincón, fuera con un juguete o
haciendo cruces con palillos.
Cuando no encaja, se pregunta el por qué… pero la vida
sigue, y sigue haciendo lo que puede, ver la televisión y aburrirse, correr con
sus hermanos o… imaginarse mundos diferentes. Este chico se imaginaba que en
otra vida era un tigre, rápido, fuerte, silencioso y solitario, tal y como le
había tocado ser a él. Una gracia una fuerza que él así mismo no se veía, pero
sí se veía otras cualidades que compartían.
Sigue creciendo y en su adolescencia aprendió a mezclarse con los demás, pero nunca será uno más, pues aquel que vivió en su imaginación parte de su niñez nunca termina de encajar… y al igual que en aquel momento se vio como un tigre, trata de ser un León, el Rey de la Sabana… protegiendo su familia, su territorio, fuerte y justo…
Ningún animal le representaba, más tarde un lobo, se sentía
más próximos a ellos debido a la buena conexión que tiene con sus amigos cánidos,
pero aun así sigue sin encajar. Ahora aunque es valorado en cierta medida por
alguna de sus habilidades trata de encajar en la manada, no lo consigue pues a
pesar de que a todos se nos dio inteligencia para tratar de comprender el mundo
que nos rodea, se encuentra con qué la gente toma atajos para todo, hasta para
juzgar a los demás, usando patrones absurdos, de modo que sí creen que eres inteligente
todo lo que hace obedece a unos fines superiores. Señores y señoras, los
inteligentes también hacen cosas sin pensar en sus consecuencias…
Ahora puede que este niño, que ya creció se sienta parte de
algo, pero siempre excluido. Nunca sabrá las causas, pero divagará y tratará de
buscar qué animal es.
Hoy puede que se vea como un mono cualquiera, sorteando
peligros y gorilas que tratan de exhibir lo fuertes que son con su golpes en el
pecho y olvidándose que por muy fuerte que te creas. Todo lo que sube baja.
Por hoy terminó el relato. Puede que otro día continúe
contándoos historias sobre príncipes y princesas, ranas y troles, ¿quién sabe?
Firmado.
Alejandro Rivas Gutiérrez.