Mi templo.
Mi templo no es piedra y cristal, no es de un material que
no pueda moldear. Es flexible, es duro, es suave, es tan elástico que es
rígido. Es de carne, es de hueso, es de cabello, manos y pies… Es una mujer.
Mi templo, mi religión, mi arte. Es una mujer. Es una mujer a la que deseo tocar, a la que deseo mirar, sólo por el placer de hacerlo, con ropa o sin ella, con mucho o poco sueño. Con sueños o sin ellos. Quiero introducirme en lo más profundo de ellas, de su psicología, de sus contradicciones, de su cuerpo. Quiero explorarlo hasta el fin, o hasta el principio, en un círculo que repito una y otra vez. Es un deseo, es una religión que proceso en solitario, bueno, no en solitario, eso se llama de otra manera. Mi religión es de dos, mi religión es toda mi pasión.
Poseer ese cuerpo, o dejarlo en libertad, corriendo por la
playa, subiendo a una lancha… o bien en la oscuridad de mi cama iluminado sólo
por la película que hace tiempo que perdió todo su interés.
Y habrá quien diga que esté salido, y puede que en cierta
manera tengan razón, pues sí, me salgo de los convencionalismos pues no todo lo
que busco es sexo, aunque sea un motor para mucho de lo que hago, disfruto
tanto de lo que hay antes y después que es injusto decir que lo que busco es sexo,
pues ese acto es solo uno de lo fines y no el final…
Es conectar conmigo, con mi cuerpo, con su cuerpo, con su
mente, con la mía, que se sincronicen nuestros cuerpos nuestras respiraciones,
que mis ganas de querer cuidarla sean exponencialmente las mismas a las que
ella quiere que la cuide. Que mis dedos busquen los suyos, que mis brazos
rodeen su fragilidad o su fortaleza, que mis ojos busquen su sonrisa… joder sí
su sonrisa mientras hago lo que ella necesitaba…
Y seguiría hablándoos de mi religión, pero será en otro tomo
Alejandro Rivas Gutiérrez